Acaricié su clavícula cubierta de purpurina, despacio, esperando a sentir su mano rozar la mía, y cuando lo hizo, la posó en su mejilla, invitando a mis dedos a recorrer sus pecas entonces sonrosadas.
Giré mi cuello, y mientras seguí palpando la calidez de su piel, llegué al lóbulo de su oreja. Y sus labios, acariciaron en un humilde roce mis dedos, cuando giró su cabeza hacia la izquierda, buscando mi aliento, entrecortado y acelerado.
Desplacé las yemas de mis dedos por sus labios, mientras él sostenía mi barbilla con su pulso nervioso. Fue inclinándose hacia mí, mientras enredaba mi pelo castaño con sus dedos delgados. Abandonó mis rizos para abrazar mis mejillas.
Su respiración se acercaba a mi oreja, y sus labios cada vez más cerca.
Un tímido beso en el borde de mi rostro, otro aún más corto en el cuello,
y cuando había dos milímetros entre mi oído y sus labios, lo dijo,
en un susurro que ni el viento pudo escuchar:
El amor no es eterno, te quiero, efímera cada día.
Abracé mi cuerpo a su cuello y con los ojos cerrados,
le susurré al pecho, hacia la izquierda :
Efímera, y cada segundo tuya.
Hundí mis labios en su pecho, y sonreí al corazón que latía,
deseando a la chica de los segundos y no a lo eterno.
Y supe que lo amaba, no para un minuto, ni tres,
para toda la vida.
Podremos ser efímeros juntos, supongo.
Silvia Soñadora
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